DE SUCRE A POTOSI
A las ocho de la mañana estaba dispuesto a subirme a un bus dirección Potosí. Había intentado ir en tren (de único vagón) que a las afueras de Sucre, en teoría, salía tres días a la semana. Dicen que andando se va más rápido, pero el paisaje que recorre es de una gran belleza y la población que sube (básicamente indígenas con sus productos desde patatas hasta gallinas) ofrecían un colorido excepcional, a la vez que me acercaba a un mundo del que por ahora andaba distante.
Todos los esfuerzos fueron inútiles, el teléfono de contacto no contestaba y las gestiones del hotel resolvieron que en la actualidad no funcionaba. Por lo que la opción era el bus normal con salidas casi cada hora en la misma estación por la que había llegado a Sucre, por tres euros y en poco más de tres horas me trasladaría a Potosí.
El recorrido, en continuo y ligero ascenso no son de gran belleza, las montañas pedregosas, la sequedad amarilleando los valles y la polvorienta carretera, motivaron que me durmiera gran parte del recorrido.
Me desperté con la sorpresa de ir de bajada, dibujándose al fondo la ciudad de Potosí.
El barrio por el que entramos rompía con la idea preconcebida que tenía de la ciudad. Casas a medio hacer en adobe y otras de ladrillo con techos de chapa de metal a igual que algunos muros, una expansión caótica y polvorienta sin aparente planificación urbanística.
Potosí llegó a ser la ciudad más grande del mundo, contando con 160.000 almas; al margen del cuadriculado centro histórico, su rápida extensión provocaría el caos urbanístico en una orografía repleta de pequeños cerros.
Considerada patrimonio de la humanidad, las afueras daban pena, supongo que continuaba el patrón que siempre existió, la pobreza se sitúa en sus bordes intentando vivir de las migajas que la riqueza interior les deja.
Recordé haber leído que en la actualidad el campesinado del departamento era el más pobre de Bolivia.
La estación central de buses está bastante alejada del casco antiguo, por lo que llegué Con un taxi colectivo al hospedaje, situado muy cerca de la plaza de Armas llamada “10 de Noviembre”.
Al internarme con el taxi por sus calles empecé a notar la decadencia de la riqueza alcanzada, sin retoques o encalados, transitábamos por calles en el que la inexorable huella del tiempo estaba grabada en los muros de las casas, en una atmósfera evocadora de un glorioso, hoy decadente, esplendor. Muy diferente de la ciudad blanca, colorida y desconchada Potosí se muestra más auténtica.
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