Reserva Nacional de Eduardo Abaloa (I). Del desierto de Silolí a la laguna Roja.
Nos internamos en el desierto Siloli, sus montañas volvían a ofrecernos la belleza de sinuosos contrastes entre los ocres, rojizos y apastelados rosas.
El tranquilo paseo de las vicuñas nos aseguraba que la vida subsistía en aquel inhóspito paraje en el que ni lagartijas vimos.
Después de casi una hora de transitar por la a ruta descubrimos en mitad del desierto un conjunto de piedras erosionadas por fuerzas eólicas, esculpiendo caprichosas formas a las que les damos nombre, las más famosas: “El Árbol y el camello de Piedra”.
Después de quince minutos minutos paseando por el entorno nos volvimos a incorporar al 4x4 en dirección a la la última parada antes de cenar: la renombrada Laguna roja, en sus puertas entraríamos oficialmente a la Reserva Nacional Eduardo Avaroa (héroe boliviano de la guerra del pacífico), con el correspondiente registro y pago de entrada (160 bs. unos 20 €).
No perdáis la entrada, ya que la requieren en diferentes lugares y si la pierdes se tiene que volver a pagar.
Reserva Nacional Eduardo Avaroa
La Reserva está situada en la cordillera de los andes en la parte más sur occidental de Bolivia, sus montañas alcanzan la mayor altura de la frontera chilena y Argentina. Aunque su gran icono, al ser el de mayor altura de la zona, es el volcán Licancabur (5920 msnm). Hablaré de él por la importancia histórica y mística al final del recorrido. Pero a pesar de la publicidad y reivindicación del país, hoy tan solo poco más de un tercio del volcán pertenece a Bolivia.
Al igual que los paisajes detrás de sus fronteras, por encima de ese triángulo del litio del que ya hablé, hay un mundo hoy dividido en tres, que expresa la actividad ígnea de sus entrañas, creando fuentes termales, géiseres, fumarolas, lagos sulfurosos o arsénicos, un paisaje de amplios corredores desérticos erosionados por un aire seco y constante, o aquellos lamidos por la lluvia. Pero en este paraje caliente a 5000 msnm, no puede alcanzar mayor contraste.
lagunas saladas en las que anidan y transitan miles de aves, un paisaje en continuo cambio que refleja su idiosincrasia transformadora.
Uno de los problemas de esta Reserva, y por lo que parece de las colindantes naciones es la explotación minera. Aquí, en 2017 hay 60 concesiones mineras activas en los límites de la reserva, afectando la integridad de la reserva, especialmente en la contaminación de riachuelos y aguas freáticas y la transformación del paisaje.
No es casualidad que el parque lleve el nombre de un héroe de la guerra del Pacífico, Un curioso personaje que nació en San Pedro de Acatama y murió defendiendo Calama ( hoy las dos ciudades son chilenas), un civil que llegó a ser nombrado coronel, sin haber sido nunca militar, tras su heroica muerte.
La guerra del Pacífico es la mayor herida nacional aún sin cicatrizar del pueblo Boliviano. Por lo que es interesante que conozcáis su vergonzosa historia, por desgracia común en la mayoría de las guerras.
En San Pedro de Acatama conocería a un profesor de historia, precisamente chileno, que desmintiendo la versión oficial me daría una de nueva, un año después comprobaría que sus palabras no eran más que testimonio de otras antes silenciadas o marginadas, pero que hoy son reivindicadas por muchos historiadores chilenos y bolivianos, a pesar de que la wikipedia siga manteniendo la versión oficial chilena (¿o inglesa?). Si os apetece podéis leerla aquí, pero no dejéis de leer también la oficial.
La Laguna Roja
La salada laguna roja, con una escasa profundidad media de tan solo 35 cm, abarca 60 km² de superficie. Recibe una media anual de 20.000 flamencos de las tres especies que nombré, siendo el lugar preferido de los flamencos andinos para la cría.
Su mayor atractivo es el color rojizo que tinta la mitad de sus aguas, que según la luz puede adquirir desde marrones a granates, el culpable de estas tonalidades es una micro alga llamada “dunaliella salina”. Sin duda el contraste lo complementan un intenso azul en el flotan inmensas islas de Bórax. Impresionante.
La cantidad de vida sobre sus aguas, a pesar de no ser más que puntos luminosos en movimiento dada la distancia de observación, demandan un largo tiempo de contemplación. El frío comenzaba a sentirse intenso, pero aún así, se me hizo muy corta la estada.
No sé si merece estar entre las siete maravillas Naturales que algunos reivindican, pero realmente es espectacular.
Salimos cuando el sol se escondía tras las montañas y llegamos de noche a la población de “Huayllajara”, preparada para dar refugio a una cantidad de turistas que seguro superaban a la población autóctona. La luz interior de las viviendas era la máxima iluminación que había a nuestro alrededor.
Aquella noche el grupo compartiría habitación, seis camas y según creo nadie se duchó. El frío era intenso y nadie confió que saliera caliente el agua. Nos dispusimos a cenar, Gabriela se sintió indispuesta y se retiró a dormir, el mal de altura (estábamos cercanos a los 4400 metros de altura) le hizo efecto, yo no había dejado de tomar las pastillas y por lo visto hice bien.
Volvimos a cenar con vino chileno, más barato y de calidad similar. La cena fue quizás la más completa y abundante que ingerimos aquellos días.
El comedor estaba decorado con las guirnaldas y manifestaciones decorativas del cotillón del último año (o de los últimos años, ya que no se expresaba la fecha). La cena fue distendida y amena, la sopa caliente y el vino nos animó a todos, aunque me supo mal que Graciela no lo pudiese compartir.
Cuando salimos a la Intemperie para entrar en el recinto de las habitaciones me embargó la decepción, no se veía ni una estrella, la nubosidad lo impedía. En realidad poco hubiéramos aguantado en estado contemplativo, ya que el frío era gélido.
Una habitación de seis amplía mucho las posibilidades de que alguien ronque, pero la verdad es que si alguien lo hizo no me enteré.
A las cuatro y media de la mañana nos teníamos que levantar, con la intención de iniciar media hora más tarde el tercer día de circuito, el espectáculo matutino comenzaba de noche.
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