Granizada mortal/12/07/2017


Después de comer por el camino un plato de pollo frito con patatas, entré en una cabina telefónica de una especie de locutorio bar, con el objetivo de felicitar a mi padre que cumplía 91 años. Percibí la tristeza respirando junto con la rabia y el miedo en Catalunya, aquella actitud represiva del gobierno central no se había vivido desde el franquismo, en el que también hubo un gobierno en el exilio.
Preocupado me dirigí al hotel, allí me comunicaría por “face-time” con mi hijo y por wassap con mi compañera, al margen de la alegría de hablar con ellos, la preocupación siguió creciendo, me sentía extraño conmigo mismo al estar tan lejos en esos momentos de represión de mi pueblo, pero también sentía que nada podía hacer.


De golpe, como si la tormenta interior contagiara el gris perla del cielo, fui testigo de la mayor granizada de mi vida. Nunca había sido testigo de semejante intensidad, duración y calibre de la helada piedra que caía, por suerte en ese momento estaba a buen recaudo en el hospedaje. 
En veinte minutos la calzada quedó emblanquecida, al ensordecedor golpe sobre el metal de los coches y la chapa de los tejados, junto al sonido agudo de los cristales vaticinando roturas, configuraban la música de aquel espectáculo dantesco de la naturaleza. Se llegó a paralizar el tráfico rodado, la comunicación telefónica, la red y la luz se interrumpirían dos veces. Pronto sabría que en los cerros varías viviendas de adobe habían caído y se hablaba de dos muchachos mal heridos.
Se estableció el estado de emergencia en la ciudad antes de parar de llover. Las sirenas inundaron las calles, algunas personas achicaban agua de los tejados, otros intentaban desatascar los desagües o seguir cubriendo entradas de aguas. 
Las  consecuencias se observaron graves al morir dos muchachos al derrumbarse una pared sobre ellos. Decenas de heridos, el colapso de un colegio y muchas viviendas habían quedado seriamente afectadas. Por no hablar de los múltiples daños en establecimientos, mobiliario urbano y coches. El muchacho de la recepción mostró gran preocupación por su familia, campesinos que habían estado rogando para que la lluvia los bañara y ahora veían el hielo quemando los brotes. Por suerte, su familia situada a 40 Km. no sufrió el granizo y sí la ansiada lluvia.
Cuando paró de llover, casi dos horas después de iniciarse el diluvio, salí en la búsqueda de mi apreciado mapuche; no lo encontré. En el mercado, sin paradas abiertas en el exterior y parte del personal achicando agua en el interior, el revuelo era mucho y los comentarios sobre los acontecimientos iban desde la tristeza a la rabia, pero todos culpabilizaban al gobierno municipal de las consecuencias mortales, dado el mal estado de las edificaciones en el extrarradio aposentadas sin fundamentos sobre inclinados suelos de lodo. 
No sabía si se servirían cenas, por lo que compré fruta para la noche.



Al día siguiente en la plaza 25 de Marzo se celebrarían una serie de actos para recoger fondos para los damnificados. Contribuí.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CERRO RICO. POTOSÍ MINERO

NOTAS SOBRE EL GRITO LIBERTARIO AMERICANO EN CLAVE FEMENINA

Vuelo de Barcelona a Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)