EL SALAR DE UYUNI
Cochani
Llegamos a la comunidad de Cochani, puerta del Salar. Aquí se dice que era el punto precolombino de intercambio de productos del altiplano por sal y derivados.
En la actualidad, la mayor parte del pueblo participa en el procesamiento de alrededor de 5000 Kg. de sal diarias, para consumo humano y para la construcción, unas 25 toneladas anuales.
Nos paramos unos minutos para ojear el mercadillo, en el que destacaban las figuritas de roca de sal, minerales, tejidos....
El Salar de Uyuni
Hace 40.000 años el salado lago Minchín cubría 36000 Km., con el deshielo glaciar se formó hace 12000 años el lago Tauka. Miles de años después, las aguas del lago, ausentes de afluentes que lo alimentaran y la caliente actividad volcánica, se evaporaron.
El Salar de Uyuni, ocupando 12.000 Km. cuadrados de superficie, es el mayor y más alto desierto de sal del mundo, el único que puede verse desde la luna. Con una profundidad de 120 m. se compone de once costras de sal de 2 a 10 m. de altura, entre ellas se acumula lodos y el agua de lluvia, convirtiéndose al mezclarse con la sal en salmuera. De la salmuera extraerán diferentes minerales Potasio, bórax, etc.., pero la estrella, dada la demanda presente y futura, es el litio, mineral imprescindible actualmente en la fabricación de teléfonos, ordenadores...
El calor producirá la evaporación del agua que al intentar salir producirá las irregulares fracturas poliédricas de la costra del manto blanco, facilitando que que el vapor escape por la fractura (díaclasa).
Por el contrario, en las épocas de lluvias (enero-febrero) se convierte el desierto de sal en un inmenso espejo, un éxtasis contemplativo y mágico que te hace sentir que andas sobre las nubes. Si podéis, no dudéis de venir por esas fechas.
Una de las curiosidades que conocí es la natural expansión del desierto de sal, en una buena temporada de lluvia el crecimiento natural puede llegar a ser de 5 cm. de grosor y 5 m. de perímetro.
Lo primero que visitaríamos de aquel océano blanco una vez abandonado Cochani, serían los ojos del Salar, lugar donde aguas subterráneas al calentarse señalan su presencia al emerger borboteando.
Seguimos adentrándonos por el cegador y monótono paisaje, pero a la vez insólito. Es difícil que una fotografía o las palabras puedan trasladar la sensación que te produce el perder los límites frente este blanco carente de horizonte. La perspectiva desaparece, lo que os permite jugar en el registro fotográfico con el tamaño de las cosas y las personas. Las distantes sierras que en miniatura se dibujan en el horizonte pareen flotar, mientras se perpetua gozosa la afiliación hacia la nada.
Transitamos hasta la hora del almuerzo, llegando al único espacio en el Salar reservado para ello.
En su exterior, dando la bienvenida, habían dos construcciones de sal, una testimoniaba haber sido el lugar de tránsito del Dakar y la otra su espíritu internacional, ondeando en aquel momento con fuerza banderas de todo el mundo.
Comimos en el que fue el primer hotel construdo con ladrillos de sal, en una especie de gran “jaima” en la que rectas columnas, mobiliario y esculturas estaban también realizadas con sal.
El guía nos dispuso la comida (evidentemente fría) que nos tocaba ese día. Bastante escasa, especialmente para los cuatro jóvenes hambrientos que nos acompañaban.
Allí iniciamos una conversación la mitad del grupo (el otro se mantuvo ajeno y el guía ausente), confluimos en manifestar que Bolivia y su Salar, conteniendo más del 50 % de reserva de litio del planeta, considerándose este mineral de alto valor estratégico futuro, tendría que permitir salir de la pobreza estructural en la que vive el país. Notas sobre
Después de comer continuamos circulando sobre la inmensa alfombra blanca bajo un resplandeciente cielo cobalto, pero pronto vimos aproximarse un grupo de espesas’ nubes blancas, la posibilidad de lluvia era nula según el guía, pero nos acompañaría el gris gran parte del recorrido.
La luz sobre el blanco no te permite diferenciar la cantidad de texturas y tonos que va adquiriendo la alfombra blanca, con suerte adviertes un par o tres de texturas diferentes, en especial al bajarte del coche, pero después, observando las fotografías percibiría que habían sido muchas más, provocando que en función de la luz se ampliaran las diferencias.
Isla de Incahuasi
A cien kilómetros de Uyuni apareció un escarpado oasis espinoso, la isla Incahuasi (en algunos artículos por la red se la denomina erróneamente la isla del pescado, situada ésta a 22 km. al noroeste).
El lugar fue reverenciado por las culturas pre-incas y refugio de éstos a la llegada de los españoles (los caballos no podían perseguir a las llamas por el salar).
A la entrada de la isla se disponen mesas de sal donde se refrescan los turistas para probar la chicha.
La isla está poblada de “cardones”, unos cactus que pueden llegar a medir más de 10 metros de altura (el más alto que descubrí no llegaba a los cuatro metros). Tienen un crecimiento de un centímetro por año, por lo que para llegar a los 10 metros correspondería una larga vida de mil años.
Ascendiendo por un estrecho y sinuoso camino, tuve la sensación de explorar una isla en medio de un mar blanco, creándose calas y hondonadas por el empuje inapreciable de aquel anacarado y plano romper de la ola paralizado en una instantánea.
Al llegar a la cumbre de la agreste isla, con la bella panorámica del salar, se encuentra una plataforma de piedra cuadricular en la que se realizan aún hoy rituales dedicados a la Pachamama y a los Apus (montañas sagradas). Alrededor de ella se esparcen por la cumbre varias apachetas. Los turistas, imitando ritos, ponían una piedra sobre otra en forma cónica, pidiendo protección y fuerza en el viaje, en un sincretismo extraño y de alguna forma “patillero”.
Los que cuidan la isla son indígenas de las comunidades Llica y Tahua, hablan quechua y denominan al salar de Tunupa (no de Uyuni). A la salida hablé con uno de ellos, comentándome, en un difícil de entender castellano, que trabajaban y vivían en la isla durante un plazo largo de tiempo (no aclaré su duración) y después eran reemplazados por otros miembros de la comunidad.
Me comentó que eran descendientes del inca, sólo trabajaban los hombres en la isla y cuatro veces al año la comunidad realizaba rituales en honor a la pachamama.
Le pregunté sobre el concepto del “buen vivir”, en quechua: “Sumac Causai”. No supo de que hablaba hasta que se lo traduje en castellano. La seriedad apareció, creo que sin haber comprendido bien mis intenciones, explicándome que forma parte de las reglas de la comunidad en la que vive, encontrar la paz interior para poder compartirla con el otro, para ello hay que saber vivir juntos en armonía y respeto con la naturaleza; un modo de vida imposible de mantener en las ciudades.
Cuando los jóvenes de la comunidad marchaban a las grandes ciudades blancas y con el tiempo las circunstancias provocaban que regresaran (la mayoría no lo hacen, aunque también son pocos los que se van), vuelven con otro pensamiento, hablan de sus necesidades sin tener en cuenta las de su pueblo, reniegan del saber y de la experiencia de los ancianos y viven en la ansiedad perpetua, transmitiéndola a la propia comunidad. Incluso ésta puede llegar a expulsarlos de forma permanente, al no comprender que no hay bien para uno, si no lo es también para el resto de la comunidad.
Me pareció que se sentía incómodo hablando del asunto, por lo que al acercarse Graciela modifiqué el tema, preguntando sobre los cardones y su lento crecimiento.
Muchos dirán que no vale la pena pagar la entrada (30 soles, casi 4 euros) para ver un trozo de tierra inundada de cactus, pero yo disfruté mucho de la singularidad de su agreste naturaleza, y mucho más cuando supe que el dinero iba para la propia comunidad indígena, en agradecimiento por su ayuda en preservar la vida, en este caso de lento crecimiento, en este inmenso e inerte desierto de sal.
Cuando estábamos dispuestos a ascender al vehículo, observamos que se estaba registrando imágenes folclóricas para un anuncio promocional de la zona. Después de ver dos tomas, reiniciamos la marcha.
Al igual que se escondía el sol, después de casi media hora de tránsito, el salar se acababa., la sal, cada vez más mezclada con la tierra nos abandonaba lentamente.
Cuando la oscuridad se cernió total hacía media hora que habíamos abandonado la sal. Llegamos a una especie de refugio con habitaciones de dos camas y duchas calientes (dejémoslo en templadas) que requerían pago (10 bs.)
Allí cenamos y el grupo se sintió contento de poder beberse dos botellas de vino chileno —en mi caso, por primera vez en todo el viaje y a un precio razonable—. La cena, aunque tampoco desbordaba la abundancia, al menos contenía un plato caliente.
Una de las sorpresas que descubrí al salir al exterior después de cenar para contemplar la luna (a pesar del frío) y que me acompañaría todas las noches en San Pedro de Acatama, fue aquel iluminado firmamento libre de nubes. Nunca había contemplado tantas estrellas juntas, incluso esa tenue banda de luces que conforma la vía láctea adquiría una brillantez y nitidez inusual, sencillamente espectacular.
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