De Valle Grande a La Higuera

Después de visitar el hospital, el lavadero y el mausoleo eran cerca de las dos, aunque no tuve ningún problema para que la población me indicara el camino de acceso a cada lugar, nadie me dio soluciones concretas para llegar desde allí a La Higuera.

 Me dijeron que la mejor opción era un taxi compartido, indicándome el lugar. La otra opción era buscar un bus, que nadie sabía si aquella tarde partía alguno, hasta Pucarà y desde allí recorrer unos diez kilómetros andando con todo el equipaje a cuestas, a la espera de que alguien en coche me subiera por el camino, no teniendo buen pronóstico tal posibilidad.




  
Encontré la parada de taxis privados y tan solo uno me hizo la propuesta de llevarme, el precio dependía de los pasajeros. Dado que la espera para completarse se preveía larga, decidí ir a comer al mercado, una veintena de paradas ofertaban lo mismo: pollo frito con la típico guarnición de arroz y ensalada. Añoré el mercado de Santa Cruz. 

Después de casi una hora la situación del taxi era la misma y sin previsión de mejora, por lo que me gasté los 200 bolivianos (25 euros). 
Al abrir el maletero se descubrieron dos ruedas rebozadas por un dedo de polvo, se lo pensó unos segundos y lo cerró raudo, indicándome que la mochila estaría mejor delante, yo pensé lo mismo.

Aquel vehículo hubiera sido desestimado en cualquier inspección técnica. Carecía de un espejo retrovisor y el otro estaba sujeto con un cable, una de las puertas no acababa de cerrar bien, una ventana no se podía subir dado que había perdido el cómo y la tapicería soltaba espuma por todas partes. Sin alternativa iniciamos la marcha.


     
La carretera de tierra en constantes curvas y continua ascensión, un conductor pegado al volante, concentrado y dispuesto a llegar pronto con una media de velocidad de 20Km por hora, ofrecía una imagen propia de un corredor de rally en cámara lenta. El contrapunto lo ponía el tener que parar cuando se cruzaba con otro vehículo,  el precipicio estaba a nuestro lado y el derrapar podría tener trágicas consecuencias, por suerte fueron pocos y de temible autobús o camión ninguno. 



   
Dos horas largas tardamos en llegar a Pucará (40 km), por suerte nos acompañó un majestuoso y agreste paisaje de escarpados picos y profundos y estrechos valles.

A unos tres kilómetros después de Pucará aparece el desvío hacia la Higuera, tan solo quedaban nueve quilómetros, pero aunque parecía imposible la calzada empeoró. A medio camino comprendí la razón de las dos ruedas de recambio; pinchamos, por lo que la posibilidad de que a la vuelta volviera a ocurrir tenía muchos números. 

La rueda, una vez deshizo del polvo acumulado, mostró una variada colección de parches en un neumático prácticamente liso, y era el que lucía mejor de las dos. En diez minutos iniciamos de nuevo la marcha; veinte minutos después llegamos a la Higuera.


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