De la Higuera a Sucre

   

 

     Pocos quedábamos en la casa del telegrafista y menos cuando se marchó gran parte a la quebrada del Yuro. Mi intención era salir de la Higuera al día siguiente (la reserva del hotel la tenía para entonces) y recorrer en transporte público en un solo día los casi cien kilómetros que nos separaban de Sucre (siete horas en coche particular, nueve horas en transporte público), pero se presentó imposible. 

Según nos indicaron tenía que llegar al cruce de Pucará con un transporte particular y entre las dos y las tres y media de la tarde esperar la llegada de un bus dirección a Villa Serrano. Allí hacer noche para partir por la mañana temprano hacia Sucre. Frente a esta predicción determiné salir de la Higuera un día antes.

Cerca de la una del mediodía nos vino a recoger el coche (particular) que la jovencita de la casa del telegrafista amablemente nos había agenciado. 

Subieron conmigo al coche Inés y una pareja mayor muy agradables de hindúes, éstos, previsores dada la información recibida, habían reservado habitación en Villa Serrano. Inés intentaría llegar al pueblo siguiente para poder empalmar con el bus que ascendía al norte, a los pueblitos donde trabajaba de cooperante,  en aquel momento el trabajo se concretaba en la ayuda escolar, creando material de soporte para el alumnado y los maestros. Yo no tenía previsto el alojamiento, pero según me indicaron no tendría problema para encontrar lugar en el que dormir, otra cosa serían las condiciones. Nos despedimos muy agradecidos de las entrañables anfitrionas. 



En poco menos de media hora llegamos al cruce, a dos kilómetros de Pucará. La sorpresa fue mayúscula al observar venir el bus, lo paramos incrédulos de que fuera posible, pero un estallido de alegría inundó nuestros rostros al confirmarnos de que iba y llegaba a Sucre aquella misma noche.

En Bolivia, al menos en aquella zona, estaba claro que no había horarios estables, todo era una simple intuición de lo que podía ser. No niego que una doble fortuna nos acompañó, pero nos preguntamos todos qué hubiera pasado si llegamos a tardar un minuto más en al alcanzar el cruce. 

Me coloqué al final hábil del bus, ya que las tres últimas filas de asientos estaban convertidas en un depósito de ruedas de camión. 

Nada más sentarme se presentó Raúl, un argentino de Córdoba rozando los 60, situado en la fila de delante y a mi izquierda. Durante las más de nueve horas de viaje, tan solo las dos últimas horas pude dormir, más que por sueño fue por la necesidad de saborear el silencio, dado que Raúl era un conversador convulsivo, aunque sus temas eran interesantes y expuestos con humildad, empalmaba uno con el otro, convirtiéndose en muchos momentos la conversación en un histriónico soliloquio. Más tarde comprobaría que también escuchaba si el discurso no era demasiado largo, y que era más un problema de ansiedad que de narcisismo, resultando ser un sincero, atento y afectivo compañero de viaje. 



Justo delante mío habitaba su amigo Fabio, otro cordobés, mucho más recatado e introvertido, posiblemente una década y media más joven. También viajaba con ellos desde Vallegrande un mestizo chileno que en ese momento dormía plácidamente. Venían los tres de ver los actos conmemorativos matinales en Vallegrande, por lo que el tema inicial ya os lo podéis imaginar, coincidiendo todos en la poca simpatía con las oratorias institucionales. La conversación derivó en un nuevo tema al conocer mi procedencia. 

No entendían las razones del independentismo catalán, pero se mostraron indignados con la represión ejercida por una democracia Europea sobre una acción pacífica de sus ciudadanos. Me sorprendió su nivel de conocimiento de lo acontecido.



La primera parada, estimulando el  estirar las piernas, la hicimos en el puente de río Grande. El cauce era ancho, pero viendo el caudal que en aquel momento lo recorría, costaba imaginárselo desbordado. 



Llegaríamos a Villa Serrano cerca de las siete. Los hindúes se despidieron al quedarse en la pensión reservada, dada la previsión aconsejada. Me supo mal, ya que se habían mostrado exquisitamente amables y cultos. La conversación la mantuvieron casi siempre con la Inés en inglés, dado que su castellano era inexistente. Disponiendo de mayor tiempo me hubiera gustada conocer la influencia del Che en la India, un país que se libera de la colonización sin armas. Un Gandhi al que admiraba Ernesto, pero creía inviable su actitud revolucionaria para transformar América y liberarse de la colonización comercial y militar, en especial de EEUU. Aquí Gandhi hubiera durado dos días, antes de hacer la primer vaga de hambre ya se hubieran encargado de hacerlo desaparecer.

La siguiente parada la hicimos en Tomina. Inés sintió la dicha de llegar a tiempo, dado que en Villa Serrano había perdido la esperanza, ya que nos retrasamos más de veinte minutos descargando las ruedas de camión. Desde allí ascendería con otro bus a las pequeñas comunidades indígenas del norte. Me despedí pensando que algún día nos volveríamos a encontrar, presumí que sería en España o en los campamentos Saharauis, lugar por el que transitaba como cooperante varios meses al año. Pero el reencuentro sería mucho antes de lo esperado.

Por el camino a Sucre se pasa por Tarabuco, población que reúne los domingos el mayor y colorido mercado indígena (Yamaras), en el que se practica aún el trueque de forma local; forma parte de muchos circuitos turísticos. Había mirado por la red la posibilidad de hacer noche aquí antes de llegar a Sucre, al margen de no encontrar ofertas para poder hacer una reserva, el comentario de algunos mochileros de la manifiesta antipatía de la población hacia el turista y dada la imposibilidad de poder ver el mercado, hicieron que lo desestimara. La visita a la villa dos días después de Fabio me confirmaría que hice lo adecuado, pero también, sabría que cada año su mayor fiesta es para celebrar la muerte de todo el ejército realista a manos de los Yamaras. Una escultura de un guerrero yamara con el corazón del vencido en las manos, recuerda la crudeza del enfrentamiento de forma permanente en la plaza del pueblo.

Y por lo que parece, la república también les negó su deseo de libertad, por lo que se entiende su poca empatía hacia el europeo.


Cerca de las once de la noche llegamos a la estación de bus de Sucre. Delante de la terminal el  chileno nos indicó que conocía un hotel con habitaciones compartidas y lavabos exteriores por menos de tres euros la noche (20 sol.) por persona. La verdad es que los servicios comunes eran un asco y las sábanas no se sabía cuántos cuerpos las habían ocupado previamente. Pero, eso sí, era el más barato de la ciudad. En mi caso sería tan solo por una noche. 

Se formaron las parejas, yo me apunté con Juvenal, era peligroso el compartir la noche con Raúl, resignado lo hizo su compadre cordobés que expresó la duda de que durmiendo callara. Miró al cielo al escuchar: 

 ...Suelo dormir poco, por lo que me despierto pronto. 

Solo falta que ronque, o peor, que siga hablando en sueños;  pensamos todos.

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