La venganza del Che. Mónika Erlt.


Me explicó, sin presentaciones personales previas, que el campesino Honorato Rojas, delator del grupo guerrillero, recibió en su premiada nueva hacienda, la visita del segundo regimiento de liberación nacional que lo ejecutaría con dos tiros en la cabeza en el 69.
En Octubre del 70, el teniente coronel Eduardo Huerta murió decapitado en su coche en un choque contra un camión que lo embistió.
En el 71 se produjo la más espectacular venganza, dada la valentía de su autora: Mónika Erlt. Roberto Quintanilla Pereira fue el que ideó cortarle la cabeza, pero acabó ordenando que le amputaran las manos. Años más tarde, siendo cónsul de Bolivia en Hamburgo, recibió la visita de una periodista que con tres disparos le dejó registrada la “V” de victoria en su pecho.
En el 73 cae el mayor Selich de los Rangers bolivianos, el que dispuso la desaparición del cuerpo. Medio año después, el que emitió “los saludos a papá”, el presidente René Barrientos Ortuño murió carbonizado al caer su helicóptero cerca de Cochabamba.
Zentero Amaya sería acribillado en París en el 76, el mismo año que el depuesto presidente General Juan José Torres González fue secuestrado y ajusticiado por un comando de la operación cóndor.
Gary Prado, el oficial que detuvo al Che, en el 68 un comando brasileño se equivocó de persona y mató a su amigo. En el 81, siendo general, una bala de un francotirador le seccionó la columna vertebral y desde entonces anda en silla de ruedas. En la actualidad vive en arresto domiciliario desde 2008, acusado de traición por un presunto intento de golpe de estado contra el gobierno de Evo Morales.
Dejó de mirar el techo, buscando no dejarse ninguno, para dirigir nuevamente su mirada hacia mis ojos antes de requerirme:
¿Sabe usted quién fue Monika Ertl?
No..., aunque creo haber escuchado antes su nombre —contesté con la sensación vergonzosa de tenerla que conocer.
Pues tomando aire haciendo camino se lo cuento, si le parece a usted bien.


Tal niño frente a un cuento, seguí escuchándolo mientras caminábamos tranquilamente. Monika Hert era una muchacha que lo tenía todo bien puesto, inteligente, guapa, alta, labios de película, ojos claros...; era hija del fotógrafo oficial de Hitler, uno de los mayores camarógrafos alemanes de aquel momento, dirigió el registro y transmisión de las Olimpiadas y produjo emblemáticos documentales del zorro del desierto, el famoso Romel. Se refugió en Bolivia con la familia después de la guerra, adquiriendo una gran finca, cuando ella contaba con 15 años.
Monika se casa con un miembro de la alta burguesía del que pronto se separaría.

La muerte del Che radicaliza sus acciones y su actividad comienza a desarrollarse en la clandestinidad dando apoyo a la reorganización del movimiento revolucionario en Bolivia, incluso participa en diferentes atracos en agencias bancarias para reunir fondos. Prepara la entrada y su refugio en La Paz de Guido Alvaro Peredo “Inti”, más feo que una mona pero con una personalidad que encandilaba -aseveró con una pícara sonrisa-, con el que mantendría un apasionado y corto idilio clandestino. Inti había ayudado a Massetti en la creación de los comandos argentinos de Salta. Junto con su hermano “coco” y un puñado de guerrilleros bolivianos desacataron la orden de Mario Monje, dirigente del partido comunista boliviano, de no participar en la guerrilla guevarista.
Con la desarticulación del movimiento y el asesinato del comandante (días antes moriría su hermano), Inti organiza la huida y el exilio del grupo de supervivientes, recibiendo el asilo en Chile de mano del entonces senador Salvador Allende. Vuelve a Bolivia a principios del 69 para preparar el segundo regimiento de liberación nacional. Monika facilitaría el lugar de entrenamiento y realizaría tareas de captación, colaborando de forma directa en las primeras acciones de la guerrilla. Inti emite una proclama de alzamiento que le comportaría una determinante persecución del aparato militar. Pocos días después de la segunda proclama, 150 soldados lo rodean y después de más de una hora de combate lo detienen mal herido. Su mujer y madre de su hijo, también militante comunista, siempre afirmó que alguien de dentro lo traicionó.


La atroz tortura a la que es sometido por parte de Roberto Quintanilla no hizo que soltara prenda y fue ejecutado mediante una inyección letal. La vergonzosa y pedante muestra pública del cadáver determinaron que Monika preparase a la perfección la ejecución de Quintanilla en Hamburgo, cuando es nombrado cónsul en pago por sus méritos represivos. Todos dicen que la bella alemana vengó al Che, pero él creía que fue la muerte de Inti la que determinó tal acción. Nadie habló nunca oficialmente de su romance, al estar casado con Ana Elena Recocolchea.

El padre decía no ser fascista y repudiar el genocidio judío, pero facilitó la entrada del criminal y xenófogo jefe de la gestapo: Klaus Barbie, llamado el carnicero de Lyon, que pronto asesoraría a la dictadura para crear los primeros campos de concentración en Bolivia. Colaborando con la CÍA sería el encargado de tramar la emboscada que la mataría en el 73. Su cuerpo nunca le fue entregado al padre a pesar de reclamarlo, ni nunca se supo el lugar de su sepultura, aunque en el cementerio de La Paz haya una placa con su nombre. Incomprensiblemente el padre se hizo enterrar con la chaqueta que diseñó Hugo Boss para el ejército alemán.
Barbie fue extraditado a Francia y condenado a cadena perpetua en el 87, muriendo en la cárcel cuatro años después. Poco fue el castigo por las atrocidades cometidas, pero sigo sin entender que se le permitiera vivir cuatro décadas escondido aquí a cara descubierta, ejerciendo de lo que mejor sabía hacer: asesinar y estafar.


Habíamos llegado a la puerta de la casa del telegrafista y lo convidé a desayunar, aunque eran bien pasadas las diez. Riendo me dijo que hacía rato que lo hizo y que ahora tocaba el primer sorbo. Sacó una petaca de plástico y me convidó a que bebiera, suponiendo que era alcohol de caña de 96 grados diluido en mayor o menor medida, el común por aquí, no acepté, sin por ello dejar de agradecérselo. Al decirme, pues que le vaya bien y coger la directa, lo intenté frenar para conocer su nombre, sin girarse y con el puño levantado dijo en voz alta: Eliterio para servir a usted y a mi siempre querido comandante. Unos metros después se paró y se giró pausadamente para decirme: Usted se llama Sergio, o al menos es lo que antes me pareció oír. Asentí con la cabeza y le volví a dar las gracias por su locuaz información. Extrañado, viéndolo alejarse, me pregunté en qué momento había oído mi nombre.

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