Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)

La Ciudad de la “Eterna Primavera”

Aterrizamos a las cuatro y media de la mañana en el aeropuerto boliviano de Santa Cruz de la Sierra, por lo que disponía por delante de un largo día. Intercambié direcciones y teléfonos con Erika antes de despedirnos; la arqueóloga, con la que había tenido el placer de compartir el asiento contiguo en el vuelo desde Madrid, fue un preámbulo exquisito para conocer un poco más Santa Cruz, pero especialmente la situación de los pueblos amazónicos recién contados en el mayor departamento boliviano, en concreto los “ayoreos”

Por la tarde tendría el grave despiste de dejarme el móvil en el hospedaje, descubriendo por la noche su mensaje convidándome a enseñarme la ciudad. Una oportunidad que no me perdonaré haber perdido; al día siguiente los dos orientábamos nuestros pasos en dirección opuesta.


Santa Cruz de la Sierra no dejó de ser una pequeña y aislada villa hasta mediados del siglo pasado. A principios del siglo XIX contaba con 10.000 habitantes, un siglo después no llegaba a 18.000, pero en medio siglo más creció hasta 50.000. El tren y las nuevas vías terrestres consiguieron sacarla definitivamente del aislamiento y desde entonces el crecimiento devIno incontrolable, antes de acabar el siglo pasado residirían un millón de habitantes. 

En la actualidad con un millón ochocientos mil es la ciudad Boliviana más poblada, ostentando uno de los crecimientos más rápidos de América del Sur. Esta ciudad cosmopolita y moderna convertida en el principal motor económico del país, convive con un rancio tradicionalismo elitista.




La ciudad, nacida al lado derecho del caudaloso río Piraí, se fue ensanchando de forma anárquica. Hay cinco anillos circulatorios alrededor de su blanco y colonial centro histórico, organizado en estricta cuadrícula. Según descubriría, conforme te alejas del primer cinturón, la pobreza aumenta y la ciudad crece hacia arriba en correspondencia con la clase social que los habita.

Ha dejado de ser la ciudad peligrosa de la década de los ochenta, comparada entonces con Cali; ahora por sus calles no corre de forma continua la sangre de las bandas del narcotráfico, aunque el índice de delincuencia sigue siendo el más alto del país y los narcos mantienen subterráneo un gran poder en la ciudad. Tengamos en la memoria, entre muchos en el anonimato, a Noel Kempf Mercado, asesinado junto al piloto y varios biólogos españoles, por proteger el parque nacional que hoy lleva su nombre.

Plaza 24 de septiembre

El taxi me dejó en la Plaza 24 de septiembre, la arbolada plaza es el centro geográfico y neurálgico de la actividad comercial, turística y ciudadana de Santa Cruz. Ocupa exactamente una, la central, de las manzanas cuadriculares en las que está perfectamente delineado el casco antiguo. 


Catedral Basílica de San Lorenzo

Fue lo que primero saludé con sus puertas cerradas, por las que más tarde entraría. Se construyó la primera iglesia a finales del siglo XVII; teniendo una restauración profunda siete décadas después; pero sería en 1838 que el viejo templo fue sustituido por la actual basílica. 

Su estilo ecléctico afrancesado carece por completo de sincretismo andino, aunque es indiscutible su elegancia y sobriedad. Características que más tarde descubriría en su interior, en el que lo más notable son sus bóvedas de madera y el altar mayor en el que según parece se conserva parte del recubrimiento originario de plata. 



También me enteré que guarda la reliquia católica más antigua de Bolivia. La Catedral fue restaurada en la segunda mitad del siglo XX dejando al descubierto el ladrillo cerámico de la fachada, una acertada elección, ya que resaltan con claridad sutiles y sobrios detalles arquitectónicos.




Contigua a la catedral está un edificio de dos plantas con columnas y un frontón triangular en el centro, sede hoy de la prefectura regional. En una de su esquinas se anunciaba el museo de la independencia. 

Me era curioso ver a lo largo de la amplia fachada blanca grandes pancartas anunciando los actos en Valle Grande y la Higuera con motivo de la celebración del 50 aniversario de la muerte del Che, junto con textos y máximas del comandante.


Detrás de la catedral está la plaza más romántica y artística de la ciudad: la “Manzana uno”.
Un lugar dedicado al arte, la relajación y el amor. Aquí se expone una romántica feria artesanal dedicada especialmente a encontrar algún regalo para la pareja. Sin lugar a dudas el protagonismo escultórico se lo lleva el Chancho de la Fortuna y los Deseos.

En  él se sellan compromisos eternos, colocando un candado en el que dibujan sus iniciales o un corazón y depositan la llave dentro de la escultura de bronce. En vez de un puente de Roma o París aquí es un cerdito; lo mismo se produce en La Paz.




Continué paseando con total tranquilidad acompañado con la claridad suficiente para disfrutar del humilde aire colonial de su amplio centro histórico, el comercio no había abierto sus puertas y las calles estaban vacías de motores y humanos, al igual que el hospedaje situado a dos manzanas de la plaza, por lo que hice el paseo con el equipaje adherido a mi espalda. 




El taxista, después de publicitar que Santa Cruz era la ciudad de la eterna primavera, me había comunicado que a las seis abrían el mercado Central, situado a una manzana del Consejo Municipal; allí podría desayunar. En sus puertas estaba antes, y antes ya estaba abierto.

El personal descargaba alimentos sobre grandes mostradores centrales que creí para la venta, pero antes de acabar de desayunar descubriría que aquellos alimentos estaban siendo preparados para ser cocinados.

 En los laterales del mercado se ofrecían pequeños y redondos bocadillos de jamón y queso, galletas y otras posibilidades dulces, cuando descubrí los jugos me senté sin dudarlo sobre un taburete alto frente a una mini barra exterior. Aquí el servicio es el de un litro aproximado, menos vale lo mismo. Exquisitos, maravillosos, un económico y potente desayuno que complementé con algo sólido.




Al salir del mercado la actividad en la calle se había animado, unos bostezando y otros sin mucha alegría pero todos con dinámicos andares iniciaban el nuevo día.

Eran las siete cuando me senté delante del concertado hospedaje, media hora después salió una pareja, momento que aproveché para entrar. No podía disponer de la habitación hasta las once, pero sí dejar la mochila a buen resguardo en recepción. 




Otra vez en la calle pero ahora aligerado de peso, opté por una clara orientación. A dos manzanas me subí a un “micro” hasta el tercer cinturón, con el objetivo de visitar el museo guaraní

Al llegar me encontré con las puertas cerradas, faltaban cinco minutos para las nueve, por lo que esperé paciente su abertura. Me sorprendió descubrir que estaba patrocinado por la “generalitat valenciana”.
Cuando llegaron los españoles por estos territorios los guaraníes se habían mestizado con el pueblo chané, convirtiéndose en los temidos chiriguanos

Sería el único pueblo al que el imperio español, bajo las órdenes del virrey Francisco de Toledo, declarase oficialmente la guerra. En la actualidad su presencia en Santa Cruz es casi testimonial, pero siguen siendo la etnia mayoritaria con diferencia entre las poblaciones originarias del Chaco bajo el nombre de Ava guaraníes. 

Una de las cosas que observé en las propuestas culturales de la ciudad, era las pocas muestras de los pueblos originarios, por ello el interés por el museo al estar dedicado a la mayor etnia precolombina de la zona.



Delante estaba la frescura arbolada del Zoo de la ciudad, por lo que decidí entrar dado el calor que hacía y en la espera de que al salir el museo estuviera abierto. 

No disfruté de esa suerte, pero sí lo hice descubriendo la fauna amazónica en aquel pequeño pero interesante parque. No niego que tengo una contradicción con los zoológicos, no me gusta que tengamos animales encerrados para el deleiten humano, pero su observación me fascina, especialmente una fauna tan distante.



Una vez que salí del parque y viendo que las puertas del museo no se abrían, decidí retornar al centro histórico. Lo haría a pie por la amplia y larga avenida del Cristo Redentor, en la amplia y transitada rotonda se ubica la estatua que le da nombre.

Continué por la avenida que conforme nos acercábamos al centro ganaba en pulcritud. Pocos edificios llaman la atención. Curiosos son el edificio de la Coca-cola con la estatua de la libertad encima o la modernidad del siglo XXI representada por el Palacio de justicia.

Eran pasadas las doce del mediodía cuando el hambre señaló impertinente su presencia. Observé que en el tercero y segundo anillo los restaurantes anunciaban menús de entre 7 y 10 euros. Aquellos precios eran altos para la población, por lo que busqué restaurantes más populares, pero al no encontrarlos, presentí observando la cantidad de venta ambulante (una competencia exagerada), que lo debían de hacer de pie y por la calle. Recordé el mercado matutino y sin dudas dirigí mis pasos hacia allí. 




Me entretuve por el camino en eparque del Arenal, una laguna natural en el siglo XIX que se llegó a convertir en un depósito de agua de lluvia con la construcción del alcantarillado de la ciudad; en 2010 se rehabilitó con el actual parque. Es un elegante y refrescante espacio propicio para el paseo y la contemplación. Observándola, pensé en los pocos espacios verdes y plazas de la ciudad. 

Volví a internarme en el mercado central. Una veintena de puestos con mostradores bajos y con alineados asientos reunían a unas doscientas personas; en menos de un cuarto de hora se levantaban para dejar paso a los que esperaban de pie su turno. Todo ello comenzaba a producirse desde las once de la mañana. Allí comía el pueblo por menos de dos euros el plato. 

La estancia estaba amenizada musicalmente con una pareja de ciegos, él cantaba una cumbia llorona y con el bastón iba dirigiendo el paso, mientras ella marchaba tras de él sujeta a su camisa y en la otra mano mantenía un vaso esperando la caridad de los presentes.

A la hora de comer, dado que soy lento por convicción, provocaría tres compañías diferentes en el lado izquierdo. A mi derecha se sentó un robusto indígena rondando los cuarenta, de piel morena y pómulos de un cobrizo intenso, con un planchado y elegante atuendo de traje y corbata. En el cruce de saludos su mirada más bien Fe parca, e incluso la percibí recelosa. Intenté iniciar una conversación, pero sus respuestas no pasaron de ser monosílabos, por lo que decidí desistir.




Por la tarde, después de introducir la mochila en la habitación del hospedaje y poner a cargar el móvil, me dirigí a la calle libertad, una de las calles adyacentes a la plaza 24 de septiembre. Me pareció curioso que entre el consulado argentino y el Banco de la Unión se establecieran los “libres cambistas”. 

Una figura con legalidad para el trueque y que por desgracia, al mover gran cantidad de dinero, son protagonistas de continuos atracos e incluso asesinatos. Había cambiado solo 50 euros en el aeropuerto, dado que tenía el consejo de hacerlo aquí. Efectivamente ningún banco os dará más.

Utilicé doscientos cincuenta euros. También supe que el Banco Nacional es el único que permite extracciones con la tarjeta de crédito sin cobro de comisiones. 




Desde allí me trasladé cuatro manzanas hasta llegar amuseo de arte contemporáneo 
La muestra es relativamente pequeña pero la calidad de la obra es impresionante. Las esculturas en madera me cautivaron, al igual que la alegría que se respiraba en el lugar. 

Está en una preciosa casa colonial con su correspondiente patio central al aire libre, donde se suelen mostrar variadas acciones artísticas. En aquel momento era un dúo de danza que con música inca hacían suspirar al espectador mediante la armonía de místicos movimientos. 




En los alrededores, las calles: Sucre, Bolivia, La Paz... se puede disfrutar de la arquitectura colonial y republicana, con añejos balcones y porches de madera, encaladas casas que nos abocan otro tiempo, aquel en el que caballos y carruajes ocupaban el espacio que hoy hacen los automóviles. 




La luz solar desaparecía tras la ciudad cuando regresaba hacia la catedral, descubriendo a pocos metros la que fue residencia del honorable Melchor Pint, hoy convertida en bar y sala de exposiciones, sorprendiéndome la calidad de la obra expuesta y la armonía del lugar. 

Un espacio apropiado para relajarse al lado de un refresco o una cerveza, incluso conectarse a la red. Fue el único lugar con buena señal y sin interrupciones que encontré antes de llegar a Sucre. 

La ciudad no tiene grandes y valiosos museos pero la actividad cultural permanente o eventual en pequeño formato, pública y privada es relevante. Evidentemente, estoy hablando del centro histórico. 



La plaza 24 de septiembre, a la luz del alumbrado público, estaba animada por una multitud de lugareños paseando enfundados con elegantes trajes y vestidos, incluso algunas jóvenes presumían de encajes. La globalizadora modernidad y sus modas se expresaba en el vestuario de gran parte de la juventud, pero conservando moderación en las formas.

En los laterales de la plaza se ubicaban algunas mesas fijadas al suelo con dibujados tableros de ajedrez en su superficie. En una de ellas, con las fichas preparadas, reconocí al trajeado y distante indígena con el que había comido, nos miramos y con un cortés movimiento del brazo, me retó a sentarme delante suyo. Acepté; perdí en el juego, pero gané una interesante e ilustradora conversación sobre el pueblo guaraní.

Qué ver y hacer en los alrededores de Santa Cruz.

Está claro que Santa Cruz necesita una parada mucho más larga, especialmente por sus alrededores. 
Visitar las misiones jesuitas, aunque requiere al menos dos días, se presenta de gran interés, probablemente tanto como el conocer las comunidades de la Amazonia o las del Chaco, pero todas ellas con mayor problemas de acceso.

 Los amantes de la naturaleza tienen múltiples excursiones:  el parque Noel Kempff , patrimonio de la humanidad o el Refugio en el parque de los volcanes o la laguna volcán,  en el sur del parque Amboró, al que tenía previsto conocer desde Samaipata; parajes naturales únicos y de extraordinaria belleza que actualmente andan en peligro por una especial sequedad que todos apuntan debida al cambio climático.

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